A través del arte se abre la posibilidad de transitar al mundo de los sentimientos, representar momentos, contar historiase e interpretar la realidad. Esto ya lo sabemos.
Pero dentro de la particularidad de cada interpretación, hay experiencias que van un poco más allá. Por ejemplo, al leer obras de autores con discapacidad intelectual y del desarrollo como Mikey Mondejar, Silvia Coto o Vanesa García, en el mundo interior de quien las lee algo se resquebraja.
Cuando se asiste a montajes teatrales como ‘Madre de Azúcar’ y ‘Supernormales’, o conectamos con la producción de artistas plásticos como Felicia Martínez y Andrés Fernández, percibimos una parte del golpe de realidad que experimentan en su día a día miles de personas con discapacidad intelectual. Son momentos únicos, ejemplos de un arte que emociona.
En cada una de estas expresiones artísticas se encierra una misma pregunta acerca de la identidad y la relación que establecemos con el otro, con la otra. Son historias de vida que, atravesadas por la pluma, el movimiento y las formas, son capaces de descolocar nuestras certezas y llevarnos a cuestionar nuestra humanidad.
Se ha repetido muchas veces que el arte es el mejor instrumento de sensibilización, porque es en él donde la voz de todas las personas halla eco en sus formas diferentes y personales vías de expresarse.
Allí, sobre el lienzo en blanco, en el silencio de lo inexpresado podemos empezar a pintar el paisaje que soñamos y vivirlo. Tal vez equivocarnos, volver a empezar, es incluso si nos lo proponemos, crear juntos y juntas.
El arte derrocha generosidad, abraza las inquietudes y apasiona a personas diversas. Las transforma en colores, palabras y movimientos, las comparte con confianza, porque sabe, que nadie que lo contemple volverá a ser el mismo tras experimentarlo.
Esta experiencia mágica, alcanza una dimensión más pura y verdadera cuando la expresión artística nos llega de artistas con discapacidad. Por eso el arte inclusivo es un mundo desconocido y sorprendente todavía por descubrir.
