Carta de Javier Tamarit a Luis del Val por sus palabras sobre la educación inclusiva

Acabo de escuchar a Luis del Val en la radio. Decir que atenta contra el derecho reconocido en nuestra legislación a una educación inclusiva para todos los niños y niñas, tengan o no discapacidad, sería mi relato breve en respuesta a las aberraciones surgidas de su voz el pasado 28 de abril en el espacio de radio que le ofrece la COPE.

Puedo pensar que su voz es consecuencia de emociones y de orientaciones personales, pero eso no basta para exculpar a una voz pública que toma el escenario con tamaños desmanes. Sus palabras me hacen daño y creo que hacen daño a muchas personas, presentes y ausentes, familias, personas con discapacidad intelectual, organizaciones, profesionales, personas voluntarias, que durante décadas han luchado y siguen luchando por la plena inclusión de las personas con discapacidad intelectual.

Una de esas personas, nombrada por Luis del Val, fue precisamente Luis de Azúa, realmente un gran hombre. Luis de Azúa fue Presidente de Plena inclusión España, cuando se llamaba FEAPS, que es el principal movimiento asociativo español de base familiar que representa a las personas con discapacidad intelectual y del desarrollo. Asumió la presidencia en mayo de 1969 y había formado parte, como vocal, de la directiva que la fundó cinco años antes, en Valencia en abril de 1964, con Ernesto Puerto como Presidente, quien dejó su cargo por motivos de salud. El señor Puerto comentaba que las familias se unieron a finales de los 50 porque tras haber querido y haber intentado que sus hijos e hijas con discapacidad intelectual fueran a los mismos colegios que sus hermanas o hermanos se encontraron con que su intento de educarles en las escuelas normales era poco menos que un insulto a la sociedad, además de algo prohibido a los maestros y maestras por ley. Esos pioneros, estoy seguro, hoy serían firmes defensores de los derechos refrendados en la legislación española e internacional en favor de una educación inclusiva. Y obviamente seguirían luchando para que esa escuela inclusiva tuviera la calidad y los apoyos necesarios para hacer bien su labor.

Hoy en día más del 80% del alumnado con discapacidad está en la escuela ordinaria y las historias de dificultad existen, sí, pero también y más numerosas, las de éxito. Durante los primeros 25 años de mi actividad profesional, desde mediados de los 70 hasta principios de siglo, intenté ofrecer el mejor apoyo a personas con discapacidad intelectual y/o autismo que presentaban muy importantes necesidades de apoyo, vinculadas a su limitación extrema en la comunicación, a sus graves alteraciones conductuales, a situaciones añadidas de ceguera o sordera, crisis epilépticas… Y desde el centro de educación especial en que lo hacíamos intentamos siempre ofrecer la oportunidad de estar y participar en entornos menos restrictivos, logrando aún con las dificultades de entonces que esas personas participaran en numerosas actividades en entornos naturales, tanto escolares como comunitarios, con sus iguales sin discapacidad.

Hoy, como entonces, soy un firme defensor de la plena inclusión, y afirmo sin ninguna duda que se requieren apoyos especializados, pero con la misma rotundidad afirmo que no se requieren ‘ladrillos especializados’. Y el conocimiento derivado de la buena práctica y de la investigación nos dice que, además de que eso es posible, es beneficioso para todo el alumnado, con la capacidad de generar actitudes de valoración de la riqueza de la diversidad y, por tanto, de generar comportamientos futuros de lucha por una sociedad más justa e inclusiva. ¿Dónde está el problema para que profesionales capacitados, entregados y comprometidos que actualmente están en centros especiales se pudieran trasladar con su alumnado a la escuela ordinaria?

Sigo luchando, porque creo en ello y lo he vivido, para avanzar en la inclusión, promoviendo e impulsando el desarrollo de proyectos piloto en comunidades educativas inclusivas que ofrezcan camino y evidencias de su efectividad, desarrollando una única escuela extraordinaria (ni especial ni ordinaria), promoviendo y asegurando que cada niño y cada niña que el próximo curso tenga que ingresar en la escuela lo haga, con independencia de su posible discapacidad, en la escuela común con los apoyos necesarios.

Y también creo en el poder de los conceptos y en su necesaria y permanente reconstrucción. No es igual hablar de personas con discapacidad intelectual que hablar de oligofrénicos, palabra de una prehistoria no solo temporal sino moral. El propio Luis de Azúa impulsó en su tiempo la necesidad de generar un lenguaje común que acabara con la estigmatización del existente y abogó por incorporar la palabra subnormal. Sí, hoy es una palabra también desterrada y estigmatizadora, pero en 1970 Luis de Azúa la propuso con buen criterio, porque era la que utilizaba la Organización Mundial de la Salud y era la manera de compartir a nivel internacional conocimientos, recursos, políticas y prácticas. Hoy los organismos internacionales, Plena inclusión y otras muchas instituciones no serían capaces de hablar de oligofrenia ni de subnormalidad, como tampoco nadie usaría las palabras idiota o imbécil para referirse a la discapacidad intelectual, aunque fueran palabras ‘técnicas’ antes de otras como la dichosa oligofrenia. Pero pareciera que la prehistoria está anclada aún en la mente de algunas personas.

También parecen ancladas opiniones tales como que el asistir a una escuela ‘normal’ genera indefectiblemente situaciones de abandono o discriminación, algunas voces dicen sin pudor que en las escuelas normales los alumnos y alumnas con discapacidad son como ‘muebles’. Esto es vergonzoso y contrario a la verdad, hiere la profesionalidad de nuestros docentes (que en bastantes casos provienen de la educación especial), que día a día construyen una escuela transformadora para conseguir personas que generen una sociedad más decente para todos. Claro que habrá malas prácticas, incluso experiencias denunciables, tanto en la escuela ordinaria como en la especial, pero si las hay y las conoce quien habla de muebles que lo denuncie a la justicia, con nombres y apellidos, en vez de aprovechar plataformas mediáticas para lanzar insultos.

Ya lo decía Machado en boca de Juan de Mairena “Lo corriente en el hombre es la tendencia a creer verdadero cuanto le reporta alguna utilidad. Por eso hay tantos hombres capaces de comulgar con ruedas de molino”. A lo mejor alguno se atraganta sin darse cuenta.

Javier Tamarit, 29 de abril de 2020

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